
Algunas precisiones sobre la democracia*
Nimio de Anquín
Una persona amiga nos ha indicado el editorial publicado en Los Principios en su edición del 3 del corriente, con el título “Un legado histórico”. Por la calidad de los conceptos allí expuestos y por la referencia amistosa, aunque discordante, que se hace a nuestro pensamiento expresado en Mito y Política, nos permitimos solicitar hospitalidad en las columnas de nuestro viejo Diario a las siguientes líneas.
El legado histórico de que habla el editorial es la “democracia”, pero la verdad es que si se ha pretendido con ello indicar el legado por excelencia de los padres de la Patria, no se debe entender por él la democracia que es una forma contingente de gobierno, sino la libertad política. Democracia y libertad política no son sinónimos, pues puede haber un país libre que no sea democrático, así como también puede haber una democracia que no sea un país libre; ejemplo del primero, España; ejemplo de la segunda, Alemania. La democracia es accidental e instrumental, no esencial.
Aparte de esta distinción, queremos expresar que la democracia que execramos en nuestro opúsculo es la “democracia liberal”, expresamente referida, no la democracia tradicional que la juzgamos viable como cualesquiera de las otras formas positivas de gobierno. Esta fue la que defendió, sin duda, fray Justo Santa María de Oro, pues suponemos que no se desvió de la doctrina de la Iglesia Católica ni de la de Santo Tomás de Aquino, su ilustre doctor y maestro. No hay, pues, fundamento para complicar al buen fraile dominico con los girondinos. La democracia que admite la doctrina católica es una forma instrumental que puede adoptarse según lo aconsejen las circunstancias históricas, políticas, económicas, etc., pero sin que sea ninguna forma mágica, hierática, iniciática o mistérica que “cure” milagrosamente los males o solucione todos los problemas de una nación. La Iglesia no ha canonizado ni la democracia, ni la aristocracia, ni la monarquía: todas son legítimas íntegramente en cuanto que no afecten los derechos de Dios, de la Iglesia, de la familia y de los hombres. Invitamos a nuestros críticos a que nos citen un solo texto de un solo Pontífice en que se justifique a la democracia liberal. Ya pueden recorrer todo Denzinger y todas las AAS, que nada encontrarán al respecto.
El editorial revela inspirarse en una tendencia a confundir el orden sobrenatural con el natural, o el teológico con el filosófico, pues solamente así tiene vigencia la distinción de individuo y persona con que inicia su defensa de la democracia el articulista anónimo. La discusión suscitada en torno a aquellos dos conceptos, solo tiene sentido cuando se razona sobre la base del bien común extrínseco a la sociedad política, pero no cuando se trata del bien común intrínseco, pues en este, si se admitiera la distinción de persona e individuo, aquella quedaría ociosa y sin objeto en la vida del Estado. Ahora bien, en el Estado profano no hay más bien común que el intrínseco, por ser un Estado sin proyección en el allende, dentro del cual el hombre logra su perfección natural. La problemática de persona e individuo nace cuando se pretende escindir al hombre en persona e individuo, para destinar la primera a Dios y el segundo a la sociedad política. Pero esto es teológico o teológico-filosófico, por lo cual lo apartamos metódicamente en el prólogo de nuestro opúsculo y en el parágrafo 18 de la primera parte. La cuestión disputada de persona e individuo ha sido agotada ya por las obras de Julio Meinvielle, Charles de Koninck, Louis Lachance y Leopoldo Eulogio Palacios. Del punto de vista tomista, la obra de De Koninck In defense of Saint Thomas, Quebec, 1945, es exhaustiva.
Respecto al valor de la democracia en sí misma, apenas tendríamos que declarar que no modificamos una tilde de lo que tenemos escrito en Mito y Política, pero aprovechamos esta ocasión para señalar a los vacilantes cuan en lo cierto estamos al llamar a la democracia “factor de crisis” y “opio de los pueblos sudcentroamericanos”. Tomada como mito, o como sistema salvífico, es mortal y lleva al fanatismo sanguinario o a la embriaguez extática. Sus pontífices se atribuyen poderes carismáticos, como el energúmeno árabe ávido de sangre o el chamán exangüe por un éxtasis epilético. Esta democracia no tiene ni origen greco-latino ni cristiano, sino que nace con la guillotina en 1789. El editorialista hace bien en no complicar con ella a Tomás de Aquino y no sabríamos decir si hace tan bien en ligarlo a Suárez con la misma. El que Santo Tomás de Aquino esté libre de todo compromiso, es de una diafanidad indiscutible, pues la concepción del Aquinatense es organicista como la de Aristóteles. La de Suárez, en cambio, parece ser atomística, pues instituye una dialéctica de individuo-sociedad en la que predomina el primero. En la concepción tomista el uno se integra en el todo, mientras que en la suareciana, el individuo comienza a darse como “prius” respecto a la sociedad. En Santo Tomás, entre Estado y persona hay armonía, mientras que en Suárez hay oposición. En el primero, el Estado es un “totum” metafísico, en el segundo es una “multitudo consociata”, es un “totum quoddam habens peculiarem modum iuris” (Defensio fidei, III. II. 7), es decir, una sumación de partes menos que un todo. El punto de vista tomista es el del Ser, el de la objetividad real, y no por eso para el Aquinate el orden ético-jurídico consiste en expresar y hacer ese orden objetivo: la justicia es virtud del orden social; derecho es “iustum”. En cambio, según Suárez, la justicia es una virtud con la que el hombre singular realiza aquel orden. Mientras que para Santo Tomás el derecho es una “res iusta”, para el Granadino esta misma cosa justa es un poder inherente a la persona humana. Según el señor D. Antonio Cuevillas, el verdadero creador de la idea del derecho como facultad, fue Luis de Molina en su obra De iustitia et iure libri sex publicada en 1597, y no Suárez cuyo De legibus data de 1613. De manera que el articulista debió mencionar como abuelo de la democracia que él propicia no a Suárez, sino a Molina. Mas, quienquiera que haya sido el creador de la doctrina de la “Moralis facultas”, se le podrá aplicar en justicia lo que Cuevillas dice: “rompió con la tradición tomista y dio pie para que otros fundamentaran en su concepto el sistema individualista y voluntarista del liberalismo del siglo XIX”. O sea, la democracia liberal como decimos en nuestro opúsculo.
Como se ve por esta ligera comprobación histórica, el sistema democrático liberal nació en pugna con la concepción política que correspondía a la tradición greco-latina-medieval, cuya elaboración fue llevada a término por Tomás de Aquino. No nos hagamos ilusiones ni tratemos de canonizar lo que procede de un mundo en descomposición, afectado intrínsecamente por el impulso centrífugo del individualismo. Los “arcana dominationis” (democracia, libertad, etc.) que suplen ahora a los principios del Estado cristiano, son simples mitos cuya presencia ya hemos denunciado en nuestro opúsculo.
* Publicado en el diario Los Principios, Córdoba, pág. 2, del 21 de julio de 1957.